Puede resultar curioso que, en la era de la comunicación, donde la información vuela a través de redes invisibles a una velocidad inconmensurable, no tengamos tiempo para contar historias, para leerlas, para comprender lo que hacemos y lo que hacen otros. Quizás intentamos que nuestra mente y nuestra atención se muevan a la misma velocidad que internet, tratando de obtener todo en segundos. Y si tarda más, ya no nos interesa. Pero, ¿cómo podemos resumir la motivación de una vida en un número reducido de caracteres?
La verdad es que hacemos lo que hacemos, tal como lo hacemos, por un sinfín de motivos. A veces, incluso, ni siquiera de un modo consciente. Pero, de una u otra manera, nuestra esencia permea nuestras acciones, discurre a través de ellas y, para el ojo atento, deja entender quiénes somos.
Es por esto que quiero utilizar este medio para compartir algunas experiencias que han moldeado mi visión de la música y que, de alguna forma, han orientado mis prioridades en mi camino.
Chonchi, 2013
Un campamento musical de verano en la ciudad de Chonchi, en la isla de Chiloé, al sur de Chile. Febrero de 2013. Llevaba un año estudiando a tiempo completo en el Conservatorio de la Universidad de Chile cuando me invitaron a participar. Me dieron la oportunidad de hacer un arreglo de la banda sonora de Up, una aventura de alturas e incluso de dirigirlo yo mismo. Con el paso de los días, se fue generando entre todos los asistentes una especie de sincronía, una sensación de camaradería y pertenencia. No se trataba solo de la música o de los ensayos; ahí, en el internado en el que nos alojamos, nos tocó repartirnos tareas domésticas: cocinar, limpiar, ordenar, etc.
Una sensación de camaradería y pertenencia que quizás aprendí a valorar desde pequeño en los scouts, esa sensación de pertenecer y ser parte de algo más grande que yo mismo. Cualquiera que se ha parado sobre un escenario sabe lo solo que te puedes sentir, sobre todo si son tus primeras veces… sobre todo si te estás parando con más valentía que conocimientos (tenía 18 años). Sin embargo, a lo largo de esos días se había generado una sensación de tal fraternidad que, al momento de dirigir, podía sentir que todos queríamos que saliera bien, que todos queríamos hacer lo nuestro para que aquello que estábamos haciendo sucediera de la mejor forma posible. Esa sensación de comunidad fue tan fuerte que comprendí lo que se podía dar en el momento íntimo de hacer música en conjunto. Un acto de complicidad.

Rosario, Argentina
Años más tarde, ya viviendo en Rosario, la Sinfónica Provincial de Rosario me llevó a recorrer los pueblos aledaños a la ciudad para llevar música a esas comunidades. Siendo asistente de mi profesor en ese momento, tuve la oportunidad de acompañar a la orquesta en esa gira. Recuerdo muy bien cuando llegamos a uno de esos pueblos, donde ni siquiera había un teatro, sino que el escenario se armó en un galpón gigante. Por la tarde, cuando la gente comenzó a llenar el espacio y la orquesta terminaba de alistarse sobre el escenario, unos jóvenes de mi edad se me acercaron a preguntarme qué iba a pasar. Les expliqué que era una orquesta y que iban a tocar un concierto. La realidad es que ellos nunca habían visto una orquesta en vivo (algo que lamentablemente me ha tocado comprobar que incluso en Europa sucede) y, aunque vieran a los músicos en el escenario, no se hacía la asociación. Recuerdo que el concierto comenzó; la obra de inicio era la Danza de la Ópera Huemac de Pascual de Rogatis, y la obra final fue la Obertura 1812. Cuando el concierto terminó, me volteé a ver a la gente del público. El aplauso era estremecedor; había gente con lágrimas en los ojos.
Una amiga y Mahler
Un tiempo después, se convocó a un puesto de secretaría en la oficina de la orquesta, el cual lo ganó una chica (que no daré su nombre por privacidad) que, a día de hoy, considero mi amiga. Recuerdo que ella había mencionado que nunca había escuchado una orquesta y que no tenía gran cercanía a la música clásica. Justo ese mismo día, jueves por la tarde, era el concierto de la orquesta con nada más y nada menos que la Primera Sinfonía de Gustav Mahler. Cuando terminó el concierto, recuerdo ver a mi amiga volver tras las bambalinas, limpiándose las lágrimas de emoción.
El concierto que casi no fue
Al año siguiente, también en una gira de la orquesta por los pueblos, dos sucesos desafortunados ocurrieron. El día viernes (primer día de la gira) estaba organizado un concierto didáctico para las escuelas, en el cual incluiríamos una dinámica de niños directores. Para ello, mi profesor y yo viajamos la noche del jueves para, a las 9 de la mañana del viernes, reunirnos con los niños que participarían de la actividad y entrenarlos para “dirigir la orquesta”. Lamentablemente, por la mañana recibí el llamado de mi profesor, diciendo que estaba enfermo y que yo debía hacerme cargo de la clase. Ya en la clase, enseñándoles la Obertura de Carmen a los niños, uno de los coordinadores de la orquesta me avisó que había un problema en la ruta y que la orquesta iba a llegar tarde. Dieron las 10 de la mañana, hora de comienzo del concierto; mi profesor estaba en un policlínico con suero, y solo algunos músicos de la orquesta habían llegado por su cuenta. En el público había niños de dos escuelas esperando a que comenzara el concierto. El clima se estaba impacientando. El equipo técnico estaba esperando instrucciones. Había que pasar a la acción.
Hablé con los músicos que había y les pedí que subieran al escenario para poder hacer tiempo hasta que llegara la orquesta. Recuerdo que me paré en el público y comencé a hablar con los niños; un técnico se acercó y me dio un micrófono. Me puse a hablar de música, algo que me encanta. Les comencé a contar sobre lo que era una orquesta; los músicos que había tocaron algunos ejemplos, y de pronto llegaron los músicos que faltaban. Recuerdo cómo pasaron a mi lado, algo sorprendidos. La orquesta se sentó, hicimos pasar a los niños directores y, al final, me dieron la oportunidad de dirigir por primera vez el Capricho Italiano de Tchaikovsky.
Concierto didáctico Maria Juana 2017 (cortesía prensa OSPR)
Mönchengladbach, 2024
La última de las experiencias, quizás la que ha sido la confirmación de lo aprendido en estos 12 años aprendiendo a ser director, ocurrió el 20 de abril de 2024, en un ensayo abierto de la orquesta Opus 125 en la ciudad de Mönchengladbach. En el contexto del proyecto Así suena España que hicimos con la orquesta, tuve la oportunidad de dar una charla para alumnos de una escuela que iban a documentar el proyecto. Estos alumnos no tenían ninguna experiencia previa con música clásica; sin embargo, eran unos genios de la tecnología.
Ese día sábado 20, un pequeño grupo de los alumnos fue al ensayo abierto para documentarlo. Recuerdo que en el ensayo les fui contando lo que trabajábamos con la orquesta, por qué tal pasaje había que ensayarlo, por qué tenía que dirigir así, etc. Tras el ensayo, se me acercó un chico de 16 años para decirme que nunca antes se había imaginado que un ensayo de orquesta era algo así, y que estaba muy agradecido por la oportunidad, e incluso había pensado en comenzar a aprender un instrumento.
Epílogo
Claramente, busco el más alto nivel musical, el mayor nivel en la comprensión de la música y en mi trabajo como director. Soy obsesivo en conseguir el resultado que necesito de la orquesta y no paro hasta que se me sale una sonrisa de felicidad cuando sale lo que quiero escuchar. Pero nada de eso tiene sentido para mí si no es para compartirlo con la gente. No tiene sentido si no logro que el público comprenda y experimente lo que yo siento al momento de hacer música. Sería un sueño dirigir la Berliner Philharmoniker… sí. Pero creo que hay más mérito en transformar una orquesta en la Berliner y elevar un pueblo.
Hozzászólások